“Las mujeres han participado durante milenios en el proceso de su propia subordinación
porque se las ha moldeado psicológicamente para que interioricen la idea de su propia
inferioridad. La ignorancia de su misma historia de luchas y logros ha sido una de las
principales formas de mantenerlas subordinadas.” (Lerner, 1990)
Identidad costarricense en el marco feminista.
(Necesitaba vivir con los pies sobre mi tierra).
Escrito por: Emely Sánchez Peña.
En la llama en expansión infinita de la globalización, tendemos a extraer una
concepción errónea de lucha social homogénea, construida, muchas veces, con base a los
intereses comerciales de la actividad mediática. No solo se trata de la capacidad de un
medio de comunicación para emitir un veredicto capaz de fortificar la normalización de
injusticias; hablo de que la concepción de su contenido como testigo único de la realidad
retira el lente de interseccionalidad y nos introduce en un marco intelectual con
percepciones limitadas a un solo piso en una torre de clases. Como consecuencia más
general, nos aferramos a los sucesos visualizados, usualmente internacionales, no solo
como inspiración para mirar hacia adentro y empatizar sin fuerza fronteriza como excusa,
sino como argumento intransigente para determinar qué somos y qué necesitamos. Esto,
como si al caso dos contextos sociales, económicos o culturales pudiesen compartir en su
existencia suficientes similitudes como para atender sus luchas desde una misma visión,
con las mismas consideraciones. Ni siquiera dos humanos con un vínculo de consanguinidad
pueden vivir alienados ni satisfechos con una misma estrategia de desarrollo en sociedad. Aun
siendo seres sociales, la individualidad se debe tratar y proteger siendo propia y ajena; no
hacerlo es la entrada al auto asolamiento de la integridad y la plenitud.
Ahora bien, si de este pecado por generalización, apego a las condiciones
extranjeras e ignorancia de la realidad del entorno próximo se trata, Costa Rica no está
exenta. De hecho, tiene experiencia, y hoy, en el marco de Conmemoración del Día
Internacional de las Mujeres, cabe dedicar las ilustraciones a la posición de la lucha
feminista en la historia y el presente costarricense: ¿sabemos cuál es su semilla y sus frutos
o los prefabricamos directamente con los trozos informativos que adquirimos de una visión
global? La pregunta es pertinente, pues este conjunto de esfuerzos y nombres que la
memoria colectiva ha querido borrar, junto a las batallas que no enaltecen el sentimiento
nacionalista por haber constituido derrotas, queda subestimada incluso en los mismos
programas de estudio. Evidencia sencilla de este ejercicio patriarcal: los pocos actos de
mujeres que la memoria costarricense no ha podido minimizar se asocian a participaciones
secundarias y aisladas, no a hechos trascendentales para la construcción de una nación.
De esta forma, se constituye una de las raíces primarias de la orfandad del sentido de
pertenencia a la lucha por la igualdad de género en las vidas ticas. Y esto es,
deplorablemente, solo un ejemplo más de las tantas áreas en que hemos tenido el ímpetu
de reducir nuestras justificaciones identitarias a tal punto en que incluso se pueden
confundir o reemplazar con las personalidades extranjeras. Y lo anterior, solo como
referencia al antaño, pues si del presente hablamos, la mayoría de estos nombres
femeninos ni siquiera se exponen a la luz. Consecuentemente, del olvido de una sola
persona se salta, con mayor intención, al de una población entera. Y si no se peca
marginándola, se falla al verla con la frivolidad de un lente homogeneizador.
Como mujer de 17 años en espacios de representación, atestiguo la trascendencia
de entender la identidad del movimiento feminista en donde estoy, de la lucha que me
influye, sus fructificaciones y el contexto de género en mi territorio para identificar las
jerarquías de opresión que distorsionan la diversidad de necesidades de su población. Lo
anterior, porque esta falta de visión meticulosa y terrestre, la información encriptada sobre la
realidad cercana y la existencia de más mentes en acción por el cambio es la que el sistema
patriarcal protege y fortifica como herramienta en contra de la alianza colectiva. La
comprensión de las necesidades de la lucha feminista desde una visión anti interseccional y
como un hecho sin precedentes en el país, incredubiliza y reduce las beneficiadas de la
recepción de derechos que, aunque por naturaleza les conciernen, les arrebatan. Conlleva a
la desinformación sobre derechos humanos y normaliza estrategias que atentan contra
ellos. Finalmente, y en el peor de los casos, sataniza el movimiento, lo hace uniforme y
genera una competencia entre mujeres como si se tratase de un interés individual y no un
conglomerado de necesidades colectivas y variantes de persona en persona.
Como humana con necesidad de respuestas, requerí descender en las escalas de
concepción, desde la satelital, vendida oportunistamente por tantos medios de
comunicación, hasta la vecinal, para entender que la lucha feminista en mi país sí tiene
nombre, tiene lideresas, es multiétnica y pluricultural y trasciende de humano en humano.
Nosotras, lideresas y personas en general, debemos tener esto claro, porque si contamos
con un enemigo peor que el patriarcado, es la desinformación producto de él. Atrevámonos
a poner los pies en la tierra, a redescubrir una identidad vislumbrando lo que
verdaderamente tenemos, padecemos y hemos logrado, porque la fuerza de nuestra lucha
es inmensurable como para reducirla a la frivolidad un término homogéneo.