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La importancia de la participación de las mujeres jóvenes

Cuando rebusco entre mis primeras memorias me encuentro con personas adultas dejándome muy en claro que yo era demasiado pequeña para poder entender las situaciones de grandes. Sin embargo, a mis recuerdos se suma en letras mayúsculas: “Pero, ¿por qué?”.


Me temo que miraban por encima del hombro mi pequeña estatura suponiendo que nada de valor podía salir de la boca de un ser tan “diminuto”. Con el paso de los años no lo cuestioné más, y las palabras de Harry Wormwood en la película Matilda (1996), resonaban en mi cabeza “Yo soy grande, tu pequeña. Yo estoy bien, tu mal. Soy listo, tu tonta. Y eso no vas a poder cambiarlo.”


Sin embargo, ahora considero que este filme nos permite ir más allá del mundo adulto, abre la puerta al “quizá”. Quizá la niñez piensa, quizá, quizá desea, quizá puede.


Y por este motivo ahora traslado mi sentir empático de la pequeña Matilda a la joven Señorita Miel que, a pesar de superarme en edad por algunos años, está en la misma situación de impotencia ante un entorno dominado por mayores cuya opinión es última y definitiva.


Veo en su personaje la fotografía de muchas de nosotras, con una infancia sin voz ni opinión y un crecimiento esperanzado en un cambio. Además, añado a la metáfora su determinación en el desenlace de la película, comenzando a tomar decisiones en su vida personal, reclamando lo que es de su pertenencia y dando un espacio a las nuevas generaciones para hacer eso tan preciado de lo que a ella se le privó: Expresarse.


La juventud puede tomar decisiones; proponer soluciones, llevar a cabo proyectos y mantenernos firmes en nuestras posiciones. Las historias de las grandes mujeres que ahora conocemos inician con una niña soñadora, y me atrevo a decir que es momento de dejar de esperar a que esta niña sea una adulta para escuchar y apoyar sus ideas.


Al estigma de la edad, se suma la gran brecha que aún tenemos que cerrar en cuestiones de género. Por algún motivo aún se afirma que el sentir de la mujer es demasiado fuerte, y nubla su razón; me preocupa el rechazo que demostramos como sociedad a las emociones.


Los cuestionamientos a nuestra participación en la toma de decisiones nunca han faltado, a las más jóvenes incluso nos han convencido de que nuestros sentires y pensamientos son producto de nuestros cuerpos en desarrollo. Yo misma estoy concluyendo mi adolescencia, y con autoridad afirmo que mi pasión por la justicia y mi deseo de equidad no era provocado por las hormonas en mi cuerpo. La única gran diferencia es que empiezo a ser medianamente respetada cuando me expreso.


Es trágico que el sentir, tan humano como el soñar, está prohibido. Es lo que en la adultez percibimos, decisiones fundamentadas en razonamientos que se acercan a los beneficios mientras se alejan del corazón. Pero yo considero que sentir nos mueve. Ante el hambre buscamos alimento y ante el amor un beso. Cuando sentimos ira exigimos justicia y cuando nos da tristeza realizamos arte. Toda decisión conlleva una emoción, ¿o acaso direccionar nuestro andar hacia lo que nos beneficia no es buscar la felicidad? La razón está en el corazón.


Al parecer los únicos sentimientos malos son los de la mujer, en especial los de la jóven, empáticos y propios. Son los que buscan libertad, equidad y justicia.


Es por esto que recalco tan bella cualidad presente en la niñez y la adolescencia: Sentimientos a flor de piel. Llanto, ira, risa... Todo junto en un solo ser, todo expresado de forma pública y privada por igual. No puedo evitar pensar que por ese motivo los más grandes consideran que no tenemos poder de decisión, “¿algo tan débil y femenino como el sentimiento en mentes brillantes?”.


Veo a la Señorita Miel de nuevo, cercana a su emociones y fuertemente juzgada por ello; demasiado joven para una Tronchatoro molesta y adulta. Pero también noto en ella una mujer con decisión y convicción, un sentido ético impecable y un sueño que alcanzado por medio de determinación.


Concluyo que, si hay algo que las mujeres jóvenes debemos perder, es el miedo, necesitamos ser valientes para afrontar el mundo y demostrar que podemos tomar decisiones certeras y acertadas.


A esto añado que los espacios para las mujeres jóvenes deben dejar de ser creados, nosotras no necesitamos crear nuevos sistemas, sino apropiarnos de los que ya existen. Lo hizo la señorita Miel, y nosotras también queremos hacerlo. No nos den una nueva escuela, deseamos quedarnos en la nuestra. Queremos tomar nuestro lugar.

Mira cómo está la participación de los jóvenes para un cambio social a través de los números.
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